Más de 700 millones de personas sufren hambre crónica. El comercio puede ser parte de la solución al ayudar a estabilizar los precios y mejorar el acceso a sistemas alimentarios más resilientes.

© Shutterstock/Stoyan Yotov | Una grúa portuaria carga trigo en el puerto de Varna, Bulgaria.
El mundo no está en camino de erradicar el hambre, lograr la seguridad alimentaria y una mejor nutrición, ni promover una agricultura sostenible de aquí a 2030. Aunque hubo avances en el pasado, la subalimentación mundial se ha estancado desde 2020 y sigue siendo alta. El progreso para eliminar el hambre se ha desacelerado, debido a factores como los conflictos, las crisis económicas, el aumento de los precios de los alimentos y el cambio climático, con África particularmente afectada.
El comercio desempeña un papel clave en la lucha contra la inseguridad alimentaria, al permitir que los alimentos se trasladen eficientemente desde las regiones con excedentes hacia las que enfrentan escasez, estabilizar precios y mejorar el acceso a una dieta variada y nutritiva, especialmente en contextos de crisis. Un informe reciente de ONU Comercio y Desarrollo (UNCTAD) destaca el potencial de las medidas comerciales para mitigar las crisis alimentarias. Examina el vínculo entre el comercio y la inseguridad alimentaria, y ofrece recomendaciones de política para apoyar el alivio ante hambrunas y fortalecer la seguridad alimentaria mundial.
Un pilar esencial para combatir el hambre
El comercio es un componente fundamental de los sistemas agroalimentarios. Los cereales – base de la nutrición mundial – se comercian en grandes volúmenes: cerca del 25% del trigo, 14% del maíz y 10% del arroz cruzan fronteras internacionales cada año. En muchos países en desarrollo que dependen de las importaciones, estas proporciones son mucho mayores. Por ejemplo, Egipto importa cerca del 56% del trigo que consume.
También se comercializa alrededor del 37% de los aceites vegetales, una fuente importante de calorías en la dieta. En comparación, el comercio de todos los productos alimentarios representa aproximadamente el 12% de la producción mundial.
La mayoría de los países son importadores netos de cereales, y solo 34 naciones se consideran exportadores netos. Este desequilibrio pone en evidencia la importancia de contar con un sistema comercial internacional estable y garantizar el flujo continuo de cereales desde los países con excedentes. El comercio es crucial para satisfacer la demanda mundial y sostener los medios de vida de millones de personas.
Muy pocos países exportan más cereales de los que importan, y aún menos mantienen un superávit significativo. Esta concentración en la capacidad exportadora convierte al comercio internacional en una piedra angular de la seguridad alimentaria. Sin un acceso confiable a suministros externos, muchas regiones enfrentarían escasez, volatilidad de precios y mayor vulnerabilidad ante el cambio climático o las tensiones geopolíticas.
Frente a la fuerte dependencia de las importaciones y las vulnerabilidades señaladas, el informe, titulado “Comercio contra el hambre”, propone un mecanismo para combatir la inseguridad alimentaria severa. Su objetivo es reforzar la capacidad exportadora y la resiliencia económica de los países que enfrentan, o corren el riesgo de enfrentar, esta situación. Para lograrlo, propone eliminar temporalmente los aranceles aplicando reglas de origen flexibles, apoyar el cumplimiento de medidas no arancelarias, mejorar el transporte y la logística, y facilitar el acceso a insumos agrícolas esenciales para fortalecer la seguridad alimentaria.
Retos clave: baja diversificación, alta dependencia de importaciones y fertilizantes
Las importaciones suelen depender de un número reducido de proveedores, lo que genera vulnerabilidades cuando hay interrupciones por conflictos o fenómenos climáticos extremos. Por ejemplo, Egipto (altamente dependiente del trigo importado) obtenía cerca del 80% de este grano de Ucrania y la Federación de Rusia.
Un ejemplo positivo de cooperación internacional para reducir estas interrupciones fue el conjunto de acuerdos promovidos por las Naciones Unidas y Türkiye en julio de 2022: la Iniciativa del Mar Negro y el memorando de entendimiento complementario. Entre julio de 2022 y julio de 2023, estos acuerdos fueron clave para garantizar la exportación continua de alimentos y fertilizantes desde Ucrania y la Federación de Rusia. Como resultado, el índice de precios de los alimentos de la FAO cayó un 23% desde su máximo histórico de marzo de 2022.
El acceso a fertilizantes, en su mayoría importados, representa otro gran desafío para la producción nacional de alimentos. En 2023, los países en desarrollo importadores netos de alimentos gastaron casi 2.000 millones de dólares en fertilizantes. Si bien los precios de cultivos como el trigo o la soja bajaron, los fertilizantes mantuvieron precios elevados. La urea y el cloruro de potasio aumentaron un 18,5% y un 11,9% respectivamente, mientras que los precios del fosfato diamónico (DAP) mostraron altibajos. En comparación con los niveles previos a la pandemia (diciembre de 2019), los precios seguían siendo significativamente más altos: 26,6% para la urea, 148% para el cloruro de potasio y 75,7% para el DAP.
Esta situación afecta especialmente a los pequeños agricultores, que cuentan con recursos limitados para acceder a insumos como fertilizantes.
Soluciones: diversificación, integración regional e infraestructura comercial
Los países que dependen fuertemente de las importaciones deben diversificar sus proveedores para reducir los riesgos e impactos ante interrupciones en las cadenas de suministro. Ante la intensificación de conflictos, eventos climáticos extremos y desafíos logísticos, es vital que las naciones diversifiquen sus fuentes de productos alimentarios estratégicos.
El comercio tiene un papel fundamental en garantizar la seguridad alimentaria, sobre todo en economías agrícolas diversas como las del norte de África. Los países con este perfil deberían impulsar reformas en sus políticas comerciales que apoyen tanto la producción y exportación agroalimentaria como la importación de insumos clave, como semillas, fertilizantes y maquinaria.
Sin embargo, los aranceles elevados, la escalada arancelaria y las medidas no arancelarias excesivas siguen siendo grandes obstáculos para desarrollar cadenas de valor agroalimentarias regionales. Estas barreras no solo dificultan el comercio entre países vecinos, sino que también limitan la creación de sistemas agroalimentarios integrados, según advierte la investigación de ONU Comercio y Desarrollo.
Además de las barreras de acceso al mercado, la falta de infraestructura representa un reto importante.
La inversión en infraestructura es crucial. Para enfrentar la inseguridad alimentaria aguda y la creciente amenaza de hambrunas, especialmente en regiones vulnerables, se requiere una inversión urgente en infraestructura relacionada con el comercio. Es esencial apoyar a los países en desarrollo mediante mejoras en transporte, logística y sistemas de cumplimiento para facilitar el comercio eficiente de alimentos. Esto no solo mejorará el acceso a insumos esenciales como fertilizantes, sino que también permitirá una circulación más fluida de cereales y aceites vegetales – elementos clave de la nutrición mundial – desde las regiones excedentarias hacia las deficitarias.
Para superar las barreras de acceso al mercado, los países pueden trabajar en la armonización o el reconocimiento mutuo de normas y regulaciones técnicas. Una mayor integración regional, a través de acuerdos comerciales, puede facilitar el comercio y mejorar la disponibilidad de alimentos. Esto es especialmente importante para productos perecederos como frutas, verduras, lácteos y carnes, así como para cultivos estratégicos como el trigo, que son particularmente vulnerables a los retrasos y altos costos de cumplimiento en las fronteras.